La polémica se mantiene de telón de fondo como hace 10 años en Bolivia
La polémica secular sobre la disputa de partidos de fútbol en altura se ha reavivado en las últimos días y se mantiene como telón de fondo de la Copa América, al igual que ocurrió hace una década en Bolivia, cuando la final del torneo se disputó en La Paz, a 3.600 metros.
En aquella ocasión, los brasileños resolvieron el asunto sin apenas pronunciarse al respecto y con firmeza: subieron a La Paz horas antes del encuentro, lo jugaron, lo ganaron y poco horas después ya exhibían el trofeo a su afición al aterrizar en Brasil.
Para ello, el entonces preparador físico, José Carlos Prima, no introdujo un plan especial. Únicamente propuso que los jugadores bebieran abundante líquido, comieran mucha pasta y durmieran bien, algo que debió ocurrir, ya que ganaron la final con autoridad por 1-3 ante Bolivia.
Hace diez años, la cuestión sólo afectó a las opiniones de los contendientes sobre la conveniencia de jugar en altura en aquel torneo, mientras que ahora el debate ha cobrado mayor trascendencia puesto que en Zúrich la FIFA ha tomado decisiones sobre la cota máxima a la que se puede jugar en las eliminatorias para el próximo Mundial.
Fijar la disputa de partidos por debajo de los 3.000 metros, tal y como acaba de proponer la FIFA, da opciones a ciudades como Bogotá (Colombia) o Quito (Ecuador), pero excluye a La Paz (Bolivia) o Cuzco, donde Perú tenía intención de disputar sus partidos.
Durante la disputa de la Copa en Bolivia en 1997, la polémica fue desatada por el técnico argentino Daniel Passarella, quien señaló que su selección no iba a ir a jugar en altura porque se había producido un cambio en el calendario del torneo que condicionaba la disputa de un partido en La Paz a la clasificación o eliminación de Bolivia, algo que, según dijo, no estaba previsto con anterioridad.
A su vez, México, pese a estar acostumbrada a los 2.200 metros del Distrito Federal, también retrasó, al igual que Brasil, todo lo que pudo su llegada a la altura. El técnico serbio Bora Milutinovic, dijo que no se quejaba y que su selección iba a limitarse a jugar donde tocara, sin discutir.
El partido por el tercer y cuarto puesto, en el que estuvo presente el equipo mexicano, se disputó en Oruro, a 3.700 metros, una altura superior a la de La Paz, en una ciudad en la que un siglo antes, en 1896, se había fundado el primer club del país, el Oruro Royal.
Ahora, la controversia no afecta directamente a la Copa, pero se ha suscitado en coincidencia con la disputa del torneo y prueba de la importancia del asunto es que el presidente de la Confederación Sudamericana de Fútbol, Nicolás Leoz, ha estado en la sede de la FIFA en Zúrich para debatirlo, en lugar de haber asistido a la ceremonia inaugural de Copa América de Venezuela, que tuvo lugar el martes.
Sin embargo, los argumentos apenas han cambiado y todavía se recuerda que en el mundo, según los datos que barajaban en 1996 los dirigentes futbolísticos bolivianos, había un total de 65 millones de habitantes que vivían entre los 2.000 y los 4.000 metros.
También en el momento de aquella controversia, se dieron a conocer estudios del Instituto Boliviano de Biología de la Altura (IBBA) que indicaban que el organismo humano registra los efectos del cambio ambiental a partir de los 2.000 metros y que para jugar en México DF, Bogotá o Quito hay que tomar las mismas precauciones que para hacerlo en La Paz.
También se señalaba en el estudio que el organismo de los futbolistas responde bien en altura en los primeros 48 horas y, mejor aún, en las primeras veinticuatro, lo que sin duda aprovechó Brasil en el 1997 para ser campeón, aunque lo más conveniente es realizar un periodo de diez días de adaptación.
En el debate actual se han barajado los datos estadísticas sobre los puntos perdidos y las derrotas sufridas por el fútbol boliviano en la altura, aunque sin olvidar la polémica en el sentido contrario.
Cuando la selección de Bolivia empezó a preparar la Copa América de Ecuador en 1993, con Xavier Azkargorta como técnico, hubo que preparar una estrategia especial.
El motivo no fue otro que el de que a la selección boliviana le tocó jugar a nivel del mar en Guayaquil, Macala y Portoviejo, en lugar de hacerlo en la altura de Quito o Cuenca. "La suerte nos deparó una mala jugada", afirmó el entonces presidente de la federación boliviana, Guido Loayza.
En aquella ocasión, los brasileños resolvieron el asunto sin apenas pronunciarse al respecto y con firmeza: subieron a La Paz horas antes del encuentro, lo jugaron, lo ganaron y poco horas después ya exhibían el trofeo a su afición al aterrizar en Brasil.
Para ello, el entonces preparador físico, José Carlos Prima, no introdujo un plan especial. Únicamente propuso que los jugadores bebieran abundante líquido, comieran mucha pasta y durmieran bien, algo que debió ocurrir, ya que ganaron la final con autoridad por 1-3 ante Bolivia.
Hace diez años, la cuestión sólo afectó a las opiniones de los contendientes sobre la conveniencia de jugar en altura en aquel torneo, mientras que ahora el debate ha cobrado mayor trascendencia puesto que en Zúrich la FIFA ha tomado decisiones sobre la cota máxima a la que se puede jugar en las eliminatorias para el próximo Mundial.
Fijar la disputa de partidos por debajo de los 3.000 metros, tal y como acaba de proponer la FIFA, da opciones a ciudades como Bogotá (Colombia) o Quito (Ecuador), pero excluye a La Paz (Bolivia) o Cuzco, donde Perú tenía intención de disputar sus partidos.
Durante la disputa de la Copa en Bolivia en 1997, la polémica fue desatada por el técnico argentino Daniel Passarella, quien señaló que su selección no iba a ir a jugar en altura porque se había producido un cambio en el calendario del torneo que condicionaba la disputa de un partido en La Paz a la clasificación o eliminación de Bolivia, algo que, según dijo, no estaba previsto con anterioridad.
A su vez, México, pese a estar acostumbrada a los 2.200 metros del Distrito Federal, también retrasó, al igual que Brasil, todo lo que pudo su llegada a la altura. El técnico serbio Bora Milutinovic, dijo que no se quejaba y que su selección iba a limitarse a jugar donde tocara, sin discutir.
El partido por el tercer y cuarto puesto, en el que estuvo presente el equipo mexicano, se disputó en Oruro, a 3.700 metros, una altura superior a la de La Paz, en una ciudad en la que un siglo antes, en 1896, se había fundado el primer club del país, el Oruro Royal.
Ahora, la controversia no afecta directamente a la Copa, pero se ha suscitado en coincidencia con la disputa del torneo y prueba de la importancia del asunto es que el presidente de la Confederación Sudamericana de Fútbol, Nicolás Leoz, ha estado en la sede de la FIFA en Zúrich para debatirlo, en lugar de haber asistido a la ceremonia inaugural de Copa América de Venezuela, que tuvo lugar el martes.
Sin embargo, los argumentos apenas han cambiado y todavía se recuerda que en el mundo, según los datos que barajaban en 1996 los dirigentes futbolísticos bolivianos, había un total de 65 millones de habitantes que vivían entre los 2.000 y los 4.000 metros.
También en el momento de aquella controversia, se dieron a conocer estudios del Instituto Boliviano de Biología de la Altura (IBBA) que indicaban que el organismo humano registra los efectos del cambio ambiental a partir de los 2.000 metros y que para jugar en México DF, Bogotá o Quito hay que tomar las mismas precauciones que para hacerlo en La Paz.
También se señalaba en el estudio que el organismo de los futbolistas responde bien en altura en los primeros 48 horas y, mejor aún, en las primeras veinticuatro, lo que sin duda aprovechó Brasil en el 1997 para ser campeón, aunque lo más conveniente es realizar un periodo de diez días de adaptación.
En el debate actual se han barajado los datos estadísticas sobre los puntos perdidos y las derrotas sufridas por el fútbol boliviano en la altura, aunque sin olvidar la polémica en el sentido contrario.
Cuando la selección de Bolivia empezó a preparar la Copa América de Ecuador en 1993, con Xavier Azkargorta como técnico, hubo que preparar una estrategia especial.
El motivo no fue otro que el de que a la selección boliviana le tocó jugar a nivel del mar en Guayaquil, Macala y Portoviejo, en lugar de hacerlo en la altura de Quito o Cuenca. "La suerte nos deparó una mala jugada", afirmó el entonces presidente de la federación boliviana, Guido Loayza.