¿Por qué me aferro y amo al fútbol?
Por Daniel Calle Andrade
Porque solo el fútbol produce esos milagros de identificación; porque cada vez integra a más gente; porque es increíble como un partido de fútbol nos transforma, hace que nos olvidemos, sobre todo en un país como el nuestro, del resto de problemas que tenemos -violencia, corrupción, drogas, malos gobiernos, congresos vergonzantes, etc.-, y así sea, por ínfimos 90 minutos, hace que solo estemos concentrados en lo que pase en la gramilla. Porque ir a un partido de fútbol es pasar de la euforia a la decepción y terminar en la resignación. Es casi como una fiesta.
El fútbol nos da alegría, causa pasión. Cada cuatro años el mundo se paraliza a su alrededor, es definitiva y sencillamente... fascinante, la fiebre casi toca lo increíble, lo mágico, algo indescriptible que no es fácil conseguirlo con otras cosas.
Ser un verdadero hincha, el diccionario lo define como partidario entusiasta de un equipo deportivo, pero no, es mucho más que simple entusiasmo. Es una condición hereditaria o genética. Uno es hincha del Deportivo Quito o la Liga por un designio del Dios del fútbol -porque hay uno-. No se lo decide, solamente pasa.
Y que nadie se confunda; no es cuestión de las masas alienadas únicamente, cada vez más los intelectuales se sienten cautivados y atrapados por el fútbol y sus implicaciones económicas, culturales y sociales. Y es que no hay duda que este hermoso deporte forma parte importante de la cultura popular, con sus códigos, personajes y roles respectivos.
En el fútbol cada uno cumple su papel y lleva su destino a cuestas. Por ejemplo, el árbitro, -ese debe ser uno de los trabajos más difíciles del mundo- cuando hace muy bien su trabajo nadie lo nota, al día siguiente del partido ningún periodista deportivo lo clasifica como la figura de la cancha. Pero, si llega a equivocarse, aunque sea un poquito, se gana miles de enemigos. De inmediato le llueven insultos, monedas, botellas, piedras y se convierte en el personaje de análisis de todos los programas deportivos. Se diría que es la única forma de que tenga tiempo en la pantalla.
También tenemos a los directores técnicos. En el fútbol la piedad solo existe si se gana, los resultados influyen en la psicología del jugador, pero más en el entrenador. Un partido perdido le puede significar el despido, que en el caso de los entrenadores, siempre es intempestivo. Así se le condicionan las ideas y el entrenador se vuelve conservador, pues todas las decisiones que toma son para sobrevivir.
Y llegan los periodistas deportivos, que al igual que hinchas, entrenadores y futbolistas tienen su forma de contarnos el partido. Hay los que suelen dar al fútbol un aire épico, de hecho el lenguaje futbolero de muchos relatores se nutre del lenguaje militar (incursiones, defensa, ataque, barreras, etc.), hay los que se dedican a hacer chistes evidentes, comentarios hogareños y a destrozar el castellano creyendo que un partido de fútbol se narra y comenta como si fuera un concurso de Sábado Gigante y, por suerte, hay también los que nos transmiten lo que pasa en la cancha con claridad y objetividad.
Y por fin, los actores principales, los futbolistas, gente que ha llegado a la cima a base de sacrificio, constancia y venciendo barreras económicas y racistas. Por suerte, muchos de esos compatriotas, ahora están paseando su clase en Europa, a pesar que nuestro fútbol y futbolistas tienen muchas limitaciones. Nuestro campeonato deja mucho que desear, hemos clasificado a dos mundiales pero estamos lejos de las grandes potencias futboleras -la verdad, prefiero esta impotencia tercermundista a la supuesta perfección de los equipos europeos- sobre todo de aquellos que tienen mucho dinero, como el Real Madrid por ejemplo, tan perfecto y tan genial que es inevitablemente detestable. Su única gracia es que tiene suficiente plata para contratar a los mejores del mundo. Ir por el Real Madrid es como ir por los Estados Unidos en la guerra de Irak. Además es pura farándula: ya no contratan a los mejores sino a los más famosos.
¿Por qué me aferro al fútbol?, porque es un sentimiento inexplicable, porque es, como dicen muchos, pasión de multitudes y yo, afortunadamente, soy parte de ellas. Porque un domingo en el estadio es inolvidable, ya sea por la tristeza que te acompañará durante la semana si tu equipo perdió, o por la alegría del triunfo que te hace enfrentar con más ganas la dura y cruel realidad que te espera en las afueras del estadio.
¿Por qué amo el fútbol?, porque el amor por el fútbol es genuino y ciego, y mientras sea amor verdadero se debe respetar.
Porque solo el fútbol produce esos milagros de identificación; porque cada vez integra a más gente; porque es increíble como un partido de fútbol nos transforma, hace que nos olvidemos, sobre todo en un país como el nuestro, del resto de problemas que tenemos -violencia, corrupción, drogas, malos gobiernos, congresos vergonzantes, etc.-, y así sea, por ínfimos 90 minutos, hace que solo estemos concentrados en lo que pase en la gramilla. Porque ir a un partido de fútbol es pasar de la euforia a la decepción y terminar en la resignación. Es casi como una fiesta.
El fútbol nos da alegría, causa pasión. Cada cuatro años el mundo se paraliza a su alrededor, es definitiva y sencillamente... fascinante, la fiebre casi toca lo increíble, lo mágico, algo indescriptible que no es fácil conseguirlo con otras cosas.
Ser un verdadero hincha, el diccionario lo define como partidario entusiasta de un equipo deportivo, pero no, es mucho más que simple entusiasmo. Es una condición hereditaria o genética. Uno es hincha del Deportivo Quito o la Liga por un designio del Dios del fútbol -porque hay uno-. No se lo decide, solamente pasa.
Y que nadie se confunda; no es cuestión de las masas alienadas únicamente, cada vez más los intelectuales se sienten cautivados y atrapados por el fútbol y sus implicaciones económicas, culturales y sociales. Y es que no hay duda que este hermoso deporte forma parte importante de la cultura popular, con sus códigos, personajes y roles respectivos.
En el fútbol cada uno cumple su papel y lleva su destino a cuestas. Por ejemplo, el árbitro, -ese debe ser uno de los trabajos más difíciles del mundo- cuando hace muy bien su trabajo nadie lo nota, al día siguiente del partido ningún periodista deportivo lo clasifica como la figura de la cancha. Pero, si llega a equivocarse, aunque sea un poquito, se gana miles de enemigos. De inmediato le llueven insultos, monedas, botellas, piedras y se convierte en el personaje de análisis de todos los programas deportivos. Se diría que es la única forma de que tenga tiempo en la pantalla.
También tenemos a los directores técnicos. En el fútbol la piedad solo existe si se gana, los resultados influyen en la psicología del jugador, pero más en el entrenador. Un partido perdido le puede significar el despido, que en el caso de los entrenadores, siempre es intempestivo. Así se le condicionan las ideas y el entrenador se vuelve conservador, pues todas las decisiones que toma son para sobrevivir.
Y llegan los periodistas deportivos, que al igual que hinchas, entrenadores y futbolistas tienen su forma de contarnos el partido. Hay los que suelen dar al fútbol un aire épico, de hecho el lenguaje futbolero de muchos relatores se nutre del lenguaje militar (incursiones, defensa, ataque, barreras, etc.), hay los que se dedican a hacer chistes evidentes, comentarios hogareños y a destrozar el castellano creyendo que un partido de fútbol se narra y comenta como si fuera un concurso de Sábado Gigante y, por suerte, hay también los que nos transmiten lo que pasa en la cancha con claridad y objetividad.
Y por fin, los actores principales, los futbolistas, gente que ha llegado a la cima a base de sacrificio, constancia y venciendo barreras económicas y racistas. Por suerte, muchos de esos compatriotas, ahora están paseando su clase en Europa, a pesar que nuestro fútbol y futbolistas tienen muchas limitaciones. Nuestro campeonato deja mucho que desear, hemos clasificado a dos mundiales pero estamos lejos de las grandes potencias futboleras -la verdad, prefiero esta impotencia tercermundista a la supuesta perfección de los equipos europeos- sobre todo de aquellos que tienen mucho dinero, como el Real Madrid por ejemplo, tan perfecto y tan genial que es inevitablemente detestable. Su única gracia es que tiene suficiente plata para contratar a los mejores del mundo. Ir por el Real Madrid es como ir por los Estados Unidos en la guerra de Irak. Además es pura farándula: ya no contratan a los mejores sino a los más famosos.
¿Por qué me aferro al fútbol?, porque es un sentimiento inexplicable, porque es, como dicen muchos, pasión de multitudes y yo, afortunadamente, soy parte de ellas. Porque un domingo en el estadio es inolvidable, ya sea por la tristeza que te acompañará durante la semana si tu equipo perdió, o por la alegría del triunfo que te hace enfrentar con más ganas la dura y cruel realidad que te espera en las afueras del estadio.
¿Por qué amo el fútbol?, porque el amor por el fútbol es genuino y ciego, y mientras sea amor verdadero se debe respetar.