Las ganas de abrazar a Riquelme

Enviado por bielo el Mar, 03/07/2007 - 13:02
Cada vez que Juan Román Riquelme abre los brazos después de marcar un gol, entran ganas de fundirse en un abrazo con el "10" argentino.

Las ganas son dobles: por un lado, para agradecerle su talento futbolístico, su dominio de la pelota, sus pases, su toque; del otro, para consolarle porque a todos los que disfrutan con este deporte nos parece que Riquelme está permanentemente triste.

Su frialdad a la hora de dirigir el juego, acelerarlo o ralentizarlo cuando conviene, está sin duda justificada. No todos juegan con la sonrisa en la boca como hace Ronaldinho. Pero cuando Riquelme marca un gol, ¿por qué no sonríe?.

Es posible que el "10" argentino se ría por dentro, pero como esto es imposible de verificar el aficionado duda si celebrar el gol o compartir el sufrimiento con Riquelme.

El jugador argentino marcó el lunes dos de los cuatro goles del triunfo de Argentina sobre Colombia (4-2), el primero de cabeza y el segundo de saque directo de falta, en una de sus típicas ejecuciones: disparo seco que bordea la barrera y entra como una exhalación en el arco.

Sus compañeros explotaron de alegría, pero no lograron contagiarle. Se limitó a extender los brazos, a caminar más que corretear mientras le caían los parabienes.

Tal parece que para Riquelme marcar un gol es lo mismo que freír un huevo, lavarse la cara recién levantado o asistir a una conferencia sobre el cultivo del boniato.

Ni volteretas como Hugo Sánchez, ni carreras enloquecidas por el campo como Diego Armando Maradona, ni mucho menos la celebración del chileno Sebastián "Chamagol" González, que se pone la peluca de "Doña Florinda", personaje del "Chavo del Ocho".

Riquelme también ha abandonado la peculiar forma que tenía de celebrar los goles en el pasado: se llevaba las manos a las orejas imitando al personaje infantil "Topo Giggio" para dedicarlos a su hija "Flopi".

El día que está inspirado Juan Román Riquelme juega como los ángeles, aunque de su cara inescrutable no se desprenda un optimista estado de ánimo.

Cuando militaba en el Barcelona, se justificaba su tristeza. Había tropezado con un entrenador, el holandés Louis Van Gaal, que estaba mucho más mortificado que él. Y, además, huraño, siempre huraño.

Al "holandés de hierro" no le gustaban los buenos futbolistas, los que necesitan libertad para crear, los que dan pases desde 40 metros a un compañero que está a la izquierda mientras despistas mirando a la derecha.

Van Gaal prefería los jugadores sacrificados, luchadores, pegajosos, rudos, aunque sean de clase limitada o disparen a la portería rival con la mira apuntando al córner.

Por eso, Riquelme calentaba banquillo. Se justificaba la cara seria del futbolista.

¿Y ahora? Acaba de ganar la Copa Libertadores, anotando los dos goles a Gremio en el partido de vuelta, y está dirigiendo a Argentina en la Copa América con batuta de maestro. La "albiceleste" ha ganado los dos partidos que ha disputado, con goleada: 4-1 a Estados Unidos y 4-2 a Colombia.

El caso es que Riquelme dice que es feliz cada vez que pisa el césped. Y sin duda lo es porque no se puede jugar tan bien como él lo hace si se es un infeliz.

También corta las preguntas sobre este aspecto de su carácter. A un periodista que le insistía en el Mundial de Alemania en el contraste entre su carácter frío y la sonrisa perenne de Ronaldinho, le espetó: "cada uno es como es".

"Zidane, que es el mejor de todos, no se ríe nunca, ni siquiera cuando gana, y repito, es el mejor", remató.

Pero al aficionado le encantaría que Riquelme se riera cuando marca un gol, que le contagiara la alegría, que le dejara como recuerdo para siempre una enorme sonrisa. También para que Van Gaal, si lo ve, sufra un poquito.