Rafa Nadal está licenciado en batir cualquier récord que tenga en mente. Su carrera en el circuito, cuya especialidad es la tierra batida, así lo demuestra. El balear se convirtió este domingo en el primer jugador que ha ganado nueve veces Roland Garros, el primero en levantar cinco veces consecutivas la Copa de los Mosqueteros. Una victoria que le permite seguir siendo el número uno del mundo, un triunfo que volverá a escribirse con mayúsculas.
Cuando Rafa Nadal declinó dedicarse al fútbol para apostar por el tenis no lo hizo por ser el mejor en su deporte sino para conseguir grandes gestas. Como todo jugador que se forja en tierra batida, siempre soñó con ganar algún día Roland Garros. No lo ha hecho realidad en una ocasión. Ni en dos. Ni siquiera en tres. Este domingo conquistó por novena vez la arcilla de París tras doblegar en la final a Novak Djokovic por un marcador de 3-6, 7-5, 6-2 y 6-4 tras tres horas y media de acción. Se trata del título número 64 para el balear en su carrera y el décimocuarto Grand Slam. Una Copa de los Mosqueteros que podrá exhibir una vez más en las vitrinas del 'santuario' que tiene en casa de sus padres.
El capítulo 42 de la rivalidad más grande que hasta la fecha ha vivido el tenis masculino en tosa su historia se englobó en un escenario perfecto: temperatura apacible en París (27 Cº) y una Philippe Chatrier abarrotada para la ocasión (14.000). Se conocen tan bien que ninguno se preocupó de guardarse ningún as debajo de la manga y desde el arranque del partido jugaron a tumba abierta con todo. Nadal trató de jugar con el plus de agresividad exhibido durante la segunda semana de competición -cuando tuvo que lidiar con rivales de más entidad- para medirse a un Djokovic acostumbrado a llevar la iniciativa de los intercambios y cuyo golpeo con comodidad a pie de pista ha sido el arma de ejecución sufrida las últimas cuatro veces que se cruzaron en el camino. Pasado el ecuador del set y a los 35 minutos de acción, llegaron las tres primeras bolas de break (15-40 y ventaja) a favor de Nole, que aprovechó una mala derecha cruzada de Rafa para tomar ventaja en el luminoso. El serbio puso incluso con el instinto de supervivencia del español que malogró un 15-40 para terminar entregando el primer set.
Nadie había conseguido remontar una final a Djokovic. Ni en torneos profesionales, Challengers o Futures (52 partidos). Solo un hombre parecía predestinado a hacerlo... Nadal, acostumbrado a resetearse cuando las cosas van mal pintadas, tardó en reaccionar tras la concesión del set. Fue paso a paso tanto a nivel tenístico como mental hasta que llegó el sexto juego. Soñó con la bola de break en una derecha larga que todo el mundo vio en la línea menos el juez de silla -según los compañeros de Eurosport, por cámara interna se vio que fue mala- pero hizo realidad la empresa poco después para tomar ventaja en el luminoso. Poco le duró el tiempo de respiro pues con una doble falta concedió un 15-40 que acabaría aprovechando el serbio para equilibrar la balanza. A pesar de todo el balear siguió tirando la caña y demostró no ser solo un buen aficionado a la pesca sino también a las grandes gestas. Dejó escapar una bola de break en el siempre clave octavo juego, pero se anticipó al tie-break con un zarpazo en su primer punto de set. Tras una faena de una hora, el partido volvía a empezar.
Batalla mental, guerra física
Los dos tenistas iban de menos a más revolucionando cada vez más sus raquetas. Golpes planos, liftados, dejadas, globos, reveses y derechas dignas de enseñar en la escuela que se llevaron más de un aplauso de la Central. Y en ese escenario, tratándose de una batalla sobre tierra batida, salió la mejor versión de Nadal. Un smash efectivo de Rafa y uno errático a la red de Nole ofrecieron al español una ventaja que sudó para administrar. Salvó bola de break en el quinto y séptimo juego, este último con más de diez minutos de duración. Más allá de hacerse con el set, el premio para Nadal fue tocar la moral de un Djokovic que buscaba en la grada (Marian Vadja, Boris Becker) aclarar sus ideas.
Partido de idas y vueltas, nadie daba por enterrado a Djokovic por mucho que gesticulara el serbio sobre el tapete. Lo intentó el balcánico en el arranque con golpes planos, restos profundos y moviendo a Nadal de lado a lado del tapete. Sin embargo para entonces Rafa ya era el de las grandes citas, el coloso que firma un pocentaje de 92,98% de victorias en tierra, el extraterrestre al que todo el mundo pretende parecerse. Consumidas las tres horas de juego, los dos gladiadores denotaban estar exhaustos sobre el coso. Supervivencia de dos súper clase llevados al límite. Una de las muchas virtudes del español es saber leer el discurrir de cada partido, esperar el momento de atacar a la presa. Por eso se puso nervioso al dejar escapar un break en el sexto juego del parcial (4-2). Fue en el décimo cuando levantó un 30-0 y cerró el partido y torneo con una doble falta del rival.
La primera vez que Nadal cayó sobre la rojiza arcilla de París tenía melena y camiseta sin mangas. Ha pasado uan década de aquel momento y ha repetido celebración en nueve ocasiones. Nadie lo ha hecho más que él. Nadie lo ha hecho cinco veces consecutivas. Por eso sigue siendo el Rey.
Tomado de:
http://www.marca.com/2014/06/08/tenis/roland_garros/1402224726.html